


Fué en un café de Retiro donde te acercaste a pedir unas monedas y yo te pregunté si querías sentarte. Eras uno de esos tantos que mendigan su inocencia como ángeles excluídos de algún cielo perverso y extraño. Desde luego, no me conocías, y me reconfortó compartir el encuentro.
Ernesto Sábato.